Casualidades de la  historia (I).

Pensándolo mejor el título de este artículo debería haber sido “Casualidades de la Historia en mi propia historia”, y entenderán ustedes por qué si me hacen el favor de continuar leyendo.

Entre los libros que he leído este verano les cito “Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie”, escrita por Juan Eslava Galán y en cuyo prólogo Arturo Pérez Reverte le da  la razón al enfocar la contienda desde una perspectiva equidistante, intentando ser tan imparcial que difícilmente pueda contentar a ninguno de los situados en los dos bandos, aún en la actualidad. Empezando por mí, lo reconozco y a pesar del esfuerzo que he puesto en tal empeño.

En mi modesta opinión, el texto se podría definir como un ensayo novelado, ya que aporta una amplia y detallada documentación donde abundan las fechas de los acontecimientos, los nombres de los actores principales y secundarios, además de datos geográficos y citas textuales abundantes y rigurosas, amenizado todo ello  con numerosas anécdotas que pudieran ser ciertas o fruto de rumores, comentarios  o simples cotilleos de la época, pero lo cierto es que en el contexto general del libro tanto da.

En las aproximadamente 400 páginas del libro, aparte de los más conocidos protagonistas de la contienda, se pueden encontrar con otros que no les van a dejar indiferentes o, al menos, eso me pasó a mí con alguno de ellos y, en particular, con un aviador del bando nacional llamado Juan Antonio Ansaldo, a quien le concedieron la Cruz Laureada de San Fernando a manos del rey Alfonso XIII, por su eficaz acción en la guerra de África al bombardear el cuartel del cabecilla Abed el Krim y destruir el avión con el que proyectaba bombardear Málaga. 

Aunque quizá tuviera más repercusión en su historial el hecho y las consecuencias de la muerte del general Sanjurjo cuando el 20 de julio de 1936 desde el hipódromo portugués de La Marinha, cerca de Cascaes (Portugal), se disponía a trasladarse en un avión pilotado por Ansaldo a la ciudad de Burgos para incorporarse como jefe de la sublevación. El experto aviador advierte al general de que lleva el depósito lleno de combustible, que la pista es corta y con árboles al final, y que por lo que observa el maletón que transporta el su ayudante pesa demasiado. El general le responde que no pensará que va a llegar a Burgos sin sus uniformes de gala y condecoraciones cuando tan cerca está la entrada triunfal en Madrid. ¡Hasta ahí podríamos llegar! (Esta exclamación es de mi cosecha).

El avión logra despegar, pero una de sus ruedas da en la copa de uno de los árboles del final de la pista y pierde altura irremediablemente. Ansaldo intenta un aterrizaje forzoso en una campa contigua que acaba en una cerca de piedra sobre la que se estrella la avioneta que acaba ardiendo, quedando herido y con quemaduras de importancia, pero falleciendo el general que, repito, estaba previsto que fuera el comandante en jefe del bando sublevado desde el inicio de la rebelión y que, con la muerte del general Mola después  en otro accidente de aviación, dejó el camino expedito a Franco para proclamarse generalísimo de los ejércitos (¡Eso sí que es baraka, seguro que pensaron los componentes de su guardia mora!).

No obstante, lo que verdaderamente me llamo la atención del famoso aviador no fue lo descrito, ya de por si históricamente interesante, sino un savoir faire digno de un personaje del citado Pérez Reverte al estilo Lorenzo Falcó pongamos por caso, cuando describe una jornada cualquiera desde que se levanta a las ocho y media: desayuno; despegue de su avión y bombardeo y ametrallamiento de convoyes y trincheras; partida de golf; baño de sol en la playa y zambullida en el mar; aperitivo a base de mariscos, cerveza y tertulia; almuerzo en casa y siesta; nuevo despegue por la tarde; visionado de una película de Katherine Hepburn; aperitivo con scotch, entre bullicio y animación y, por último, cena con canciones de guerra, camaradería y entusiasmo. Vamos, lo que se dice un día de lo más completito.

Aquí acaba la Historia y comienza “mi propia historia”.

Julio Magdalena Calvo.